¡Fado!

Era verano, estábamos de viaje y mi padre conducía por tierras españolas. Aprendí a contar hasta 100 contando kilómetros de 10 en 10. Me costó tiempo entender que entre el 20 y el 30 había nueve números más, yo prefería saltarme esa parte y escuchar ese cassette que siempre sonaba en esas largas jornadas por la carretera. Ahhi María la portuguesa. Yo no sabia aún que era el amor pero intuía que era algo parecido a un dolor de barriga muy fuerte, algo parecido a vomitar algo tan grande que casi no cabe en tu boca. Soñaba en ser bailarina y coreografiar mientras le sacaba la lengua al conductor del coche de atrás. Llegamos a Granada y en una boda me fumé mi primer cigarrillo. María es la alegría, y es la agonía que tiene el sur. Tenía 10 años y le dábamos morreos a un póster de Alejandro Sanz que había colgado en la pared del restaurante. Donde rompen las olas, besó su boca y se entregó. Envidiaba a la niña que vestía de blanco y por eso no paré de bailar con ella toda la noche. Dicen que fue el te quiero de un marinero. Terminé tan cansada que sólo quería que mi padre me cogiera, me llevara al coche y volviera a ponerme esta canción.

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