18 minutos.

Nos regalaron tapones para los oídos antes de entrar y aunque al principio te los guardaste en el bolsillo de reojo no tardaste en darte cuenta de lo necesarios que iban a ser. My Bloody Valentine sonaron como el despegue de un avión a 150 decibelios, como un cohete espacial aumentando repentinamente de velocidad, como si una hormiga se colara dentro de una batidora. Dicen que provocaron auténticos estragos físicos en la audiencia del Auditori y me lo creo. En la última canción, You made me realise, me dieron ganas de llorar, de correr, de gritar para acompañar a esa dulce melodía de guitarras estridentes. Tenia localizada la salida de emergencia por si se daba el caso y no podía dejar de acurrucarme cada vez más en el sillón. Parecía la muerte cuando se acerca. 18 minutos de puro noise. 18 minutos tarda la muerte en llegar y cogerte del brazo para llevarte a ese lugar.

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